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A sus 82 años, el guion de la vida de Teresa ha sido reescrito en contra de su voluntad. Hubo un día en el que derrochaba vitalidad, pero hoy luce consumida. Desgastada, según sus propias palabras. Y no sólo porque enviudó recientemente. Lleva atormentada desde hace 15 meses, cuando sufrió una inquiokupación en la vivienda que le ayudaba a complementar su discreta pensión, de 300 euros. Aquel noviembre de 2023 dejó de percibir dinero y comenzó a recibir "altanería y chulería".
Pero rebobinemos en el tiempo. Teresa y su marido, José, abrieron en 1984 una cafetería en Fuenlabrada, cuando esta localidad se asemejaba más a un pueblo. Madrugones, horas extra y mucho ahorro hicieron que 10 años después, en 1994, pudieran invertir el dinero ganado en un segundo piso "pensando en el futuro". Una especie de "seguro" de 110 metros cuadrados y de nueva construcción que durante bastantes años estuvo vacío, hasta que a principios de los 2000 optaron por ponerlo a alquilar.
Nunca tuvieron problemas. Encadenaban relaciones cordiales con inquilinos que iban y venían. "Poníamos en la terraza carteles de 'Se alquila' con nuestro número de teléfono... Todo era más cercano", evoca Teresa. Hasta que en 2017 recibieron una solicitud de la familia que, años después, les ha hecho "la vida imposible": un matrimonio nacido en Perú con dos hijos, uno de ellos mayor de edad. La madre ya por entonces se ganaba la vida gracias a su sueldo municipal limpiando colegios públicos en Fuenlabrada. "Había conseguido una plaza fija, algo que nos dio tranquilidad de que iban a poder afrontar los pagos", apunta Teresa.
Pero los contratiempos no se hicieron esperar. Desde el minuto uno, cuenta esta viuda, ya hubo inconvenientes. "En el contrato se acordaron 700 euros mensuales. Aquella primera semana nos dijeron que justo el marido había tenido un percance en la pierna y se había dado de baja... que si podían abonar 600 euros. Pensábamos que era temporal, y en un acto humano y de buena fe aceptamos. Aunque aquello se convirtió en algo perenne", interviene David, el hijo de Teresa y José, que apostilla que años más tarde les reclamaron volver a la cantidad inicial ya que la vida se había encarecido. Para entonces, las hostilidades ya habían aflorado: "Nos contestó que ellos tenían más derecho que nosotros como propietarios, que si queríamos nos explicaban cómo funcionaban las leyes en España". Aunque la frase que se marcó a fuego en las cabezas de este matrimonio octogenario fue otra, rememora la viuda. "Nos dijo que 'de aquí sólo nos va a echar un juez'".
Con el hacha de guerra desenterrada, la contienda legal arrancó en noviembre de 2023. Teresa y su marido enviaron con tiempo un burofax advirtiendo que el contrato finalizaría este 2025 y que no querían renovar. En ese momento, dejaron de pagar. Y no sólo eso. También emprendieron una nueva estrategia, según Teresa. "La inquiokupa primero alegó que estaba enferma, que no podía salir de mi casa. Después que se estaba divorciando y que era una mujer sola y vulnerable. Más tarde que los españoles, en plural, éramos unos racistas, por eso la echábamos. La rabia que generaba eso... Era muy injusto".
Asimismo, la familia peruana denunció por coacciones al matrimonio octogenario en enero de 2024, pero fue desestimada en el acto. "Fue uno de los peores días de mi vida... Tuvimos que ir a la comisaría como si fuéramos criminales. Mi marido jamás tuvo ni una multa de tráfico. A nuestra edad y estos jaleos... Sufrimos porque teníamos muchos nervios", evoca Teresa, visiblemente temblorosa.
Los ancianos también les enviaron un segundo burofax con el requerimiento de pago, pero al estar "bien asesorados por asistentes sociales no lo recogieron". "Fue sibilino. No atendieron al cartero y tampoco acudieron a la oficina de Correos. Sabían que hay jueces que dan por hecho que no lo has recibido...", apostilla David, que pasa a detallar la última vez que se reunieron en aras de intentar buscar una solución. "Fue en junio de 2024. Una hora de conversación en la que los inquiokupas querían que les perdonásemos la deuda y que, para salir, les diéramos una suma de dinero. Como nos negamos, fueron a hacer el máximo daño posible... Se despidieron de mi padre diciéndole al oído: 'Te voy a quitar el piso'. Desde aquel día no volvió a remontar".
José entró en un bucle mental que "le atormentaba día tras día". Fallecería tan sólo cuatro meses después, "devorado por la angustia". "Desde que se despertaba hasta que se acostaba estaba con ese runrún. Este disgusto, pensando que le iban a quitar lo poco que tenía, precipitó y agravó sus problemas de salud. Le quitaba el sueño, el hambre... En la cama del hospital, los días antes de morir, sólo nos preguntaba por el piso. Han sido muy crueles", revive, con lágrimas en los ojos, Teresa, quien admite que se intenta cuidar todo lo que puede, "pero no hay manera".
Ha perdido peso, aunque al menos ha logrado sacarse el lastre de culpabilidad que durante mucho tiempo también le atormentaba. Estuvo meses sin decirle a sus hermanas que le habían inquiokupado su piso por el qué dirán. "Sentía vergüenza de lo que me había sucedido", añade secándose las lágrimas. A su lado, David intenta proteger a su madre: "Te aseguro que si estos inquilinos hubieran hecho lo mismo en Perú habrían acabado muy mal, pero no a los 15 meses, al día siguiente. Vivimos en un país muy garantista y yo, siento decirlo, creo hay gente que no está preparada para vivir en este tipo de sociedad. Se aprovechan del sistema y de las buenas personas".
De momento no hay fecha de juicio ni de lanzamiento. Lo último que supieron de sus inquiokupas, para retorcer más esta historia más si cabe, es que "abandonaron su piso a finales del verano de 2024". Un vecino alertó a David y a su madre de que les estaba viendo sacar enseres, electrodomésticos... y cargándolos en una furgoneta de mudanzas. "Se llevaron hasta los aires acondicionados que colgaban de la fachada del edificio. Más tarde nos enteramos de que están en otro piso de alquiler. Ahora lo que temo es que entreguen las llaves en el Juzgado y vendan una copia a un tercero al día siguiente para sacarse un dinero extra", incide David. En la declaración oficial, a la que ha tenido acceso este diario, los inquilinos declararon ante un magistrado que "ya no viven en la citada vivienda, sólo pernoctan para cuidar la casa". Una situación kafkiana que sigue desesperando a Teresa, quien concluye: "Cuando lo recupere, no volveré a alquilarlo nunca más. Tengo claro que lo venderé".