Jaime Rocha, exespía: «Los movimientos secesionistas son la principal amenaza para España»
Fue agente secreto del Cesid (el actual CNI) entre 1979 y 1997; ahora cuenta sus misiones en ‘El muro’

1989. Ese año cae el muro de Berlín y con él, el telón de acero que dividía la Europa occidental (bloque capitalista) y la Europa oriental (bloque comunista) se desmorona. Ese año, un hombre es destinado a Praga, en la antigua Checoslovaquia. Lugar que comenzaba ... a ser un hervidero y que acabó el año en la ‘Revolución de terciopelo’, que hizo caer al régimen comunista. Ese hombre era Jaime Rocha, agente del antiguo Cesid (ahora CNI) entre 1979 y 1997. Algunas de esas misiones y peripecias junto a otros servicios secretos, como la CIA o el Mossad, durante los últimos años de la Guerra Fría los cuenta ahora en su segundo libro ‘El Muro’ (Doble Identidad), continuación de la galardonada obra ‘Operación El Dorado Canyon’. Una novela de espionaje, «pero donde todo es real», asegura Rocha.
—¿Cuánto de verdad hay en la novela?
—En ‘El Muro’ todo lo que cuento son hechos reales. La ficción entra en lo que rodea al hecho en sí, el desarrollo se hace de una manera más novelada. Se cambian algunos lugares, algunos nombres y personales. En mi primer libro, ‘Operación El Dorado Canyon’, el desplazamiento que hice a la Libia de Gadafi y mi colaboración con los servicios secretos estadounidenses fue así. Pero es necesaria la novela porque si me hubiera centrado en narrar hechos concretos, hubiera entrado en cuestiones que no se pueden publicar.
—¿Hasta dónde puede contar un exespía?
—Hay muchas cosas que no se pueden hacer públicas y por eso no pueden figurar. El freno está en los documentos clasificados.
El papel de Manglano:«Fue fundamental, puso el Cesid en el mapa de los servicios de inteligencia. Teníamos relaciones con la KGB, MI6, MI5...»
—Desarrolló su carrera durante los años de la caída de la URSS, la Guerra Fría… ¿cómo era ser un agente secreto en esa época?

—En aquella época trabajé mano a mano con otros servicios secretos como la CIA o el Mossad en operaciones tanto a nivel interno, como en el extranjero. Uno de los objetivos en ese momento era que las repúblicas soviéticas que poco a poco iban cayendo pudieran pasar a formar parte del bloque occidental. A mí me reclutaron en 1979, y los servicios secretos españoles se formaron en 1977. Pero no fue hasta 1981, con la entrada de Emilio Alonso Manglano cuando se pudo hablar de un gran servicio secreto. Fue él quien comienza a convertir el servicio de inteligencia, llamado en aquellos momentos Cesid, en un servicio homologable a otros occidentales.
—¿Cuál fue el papel de Manglano y cómo fue su relación con él?
—Fundamental. En 1981 Manglano llega de la mano del ministro Alberto Oliart justo después del intento de golpe de Estado. El encargo de Oliart fue claro: crear un servicio de inteligencia homologable al resto de países europeos. Y lo cumplió al 100%. Manglano tenía las ideas muy claras y desde el primer momento construyó un proyecto y lo puso en el mapa de los servicios de inteligencia. Gracias a él comenzamos a entrar en los clubes privados más selectos de los servicios de inteligencia. Teníamos relaciones con el KGB, MI6, MI5… Yo trabajé con él durante tres años en su gabinete y luego en algunas misiones.
«En ‘El Muro’ todo lo que cuento son hechos reales, la ficción entra en lo que rodea al hecho en sí»
—En uno de los pasajes del libro cuenta cómo interceptó un cargamento de ETA, ¿fueron muchos?
—Es verdad que la labor de los servicios secretos en la lucha contra ETA no se conoce tanto, porque fueron secretas. Este libro es para dar a conocer una muestra de esos años. ETA era una de las principales amenazas para el Estado. Se lograron evitar muchos atentados y salvar muchas vidas, como el que cuento en el libro. Otra pieza clave para la desarticulación de atentados fue la presencia de infiltrados en la banda terrorista.
—Ahora, ¿cuáles son las principales amenazas para España?
—Como amenazas internas, la principal son los movimientos secesionistas. La misión principal de un servicio de inteligencia es velar por la unidad del país, por eso cualquier movimiento secesionista debe tener un seguimiento. Sobre todo, porque son movimientos que están financiados por servicios extranjeros, como ya se ha visto.
Como amenazas externas, aún está latente el terrorismo yihadista, que ahora parece estar un poco más calmado, pero que de vez en cuando aparece algún grupo. Ahora con el tema de Afganistán, es posible que Daesh se refuerce y habrá que estar atentos.
A nivel internacional, hay un tercer actor: China, que es la gran potencia del siglo XXI. No hay que olvidar que está construyendo una armada muy potente y que es una gran potencia económica e industrial. Si antes había dos actores fundamentales, Rusia y Estados Unidos, ahora son tres.
—¿Están nuestros servicios de inteligencia preparados para hacerlas frente?
—Sin duda. Los servicios secretos españoles que tenemos son magníficos y hacen un gran trabajo. Los objetivos van cambiando, porque no es lo mismo la época de la Guerra Fría. Ahora las nuevas tecnologías son muy importantes, pero no hay que perder de vista que el factor fundamental son los agentes en terreno. Un ejemplo claro fue el 11-S. La falta de gente desplegada en el terreno hizo que el 11-S fuera un fallo de inteligencia. Un ataque sorpresa que no debió ser sorpresa.
—Lleva años retirado, pero ¿tiene alguna manía de cuando era espía?
—Sigo haciendo algunas cosas (ríe). Cuando entro en un local me fijo mucho en las personas que están en ese sitio, la actitud que tienen, cómo hablan. Es verdad que ahora con mucha menos preocupación. Si entro a un restaurante procuro sentarme con la espalda a la pared en la última mesa.
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